El mundo está habitado en su mayor medida por los cotidianos. Seres humanos que se levantan para ir a trabajar, para luchar por salir de su pobreza, para ir a una escuela, para llegar cansados a la noche y si el cansancio no los derriba leer un libro, mirar la tv o dejarse llevar por la historia de una película. Los cotidianos nacen, se reproducen y mueren, porque eso dicen los viejos libros de biología. Sin embargo, el 2020 será recordado por hacer de los cotidianos los protagonistas de una historia de ciencia ficción que se hizo realidad. Mientras en algunas esferas se discute el poder y en la ciencia la carrera es por alcanzar una cura que nos inmunice hasta la próxima pandemia, los cotidianos tienen el poder en sus manos y sus caras. Los cotidianos deben lavarse las manos, ajustarse el barbijo, mantener la distancia. Los cotidianos deben salvarse a sí mismos siendo responsables de su propia vida, porque ese cuidado salva a otros. El otro somos nosotros mismos. Es tiempo de los cotidianos. Es tiempo de ser responsables más allá de los decretos, más allá de las declaraciones, más allá de las redes sociales que multiplican el miedo y la barbarie. La vida está en juego en una guerra de balas invisibles que va cerrando el círculo de nuestros afectos, de nuestras amistades. Es difícil y los cotidianos también cometemos errores. Quizás porque nos dimos cuenta que la vida estaba en otro lado, porque soltamos amarras temprano de algunos abrazos, porque nos fuimos antes de una mesa de café. Es tiempo de resistencia, de aguante, de mostrar que los cotidianos podemos lograrlo.

El futuro es ahora

Durante muchos años la ciencia ficción fue considerada dentro de la literatura un género menor. Quizás por qué todos querían seguir viviendo en un mundo ideal que se les proponía desde la historia de un amor con final feliz o desde la publicidad de un electrométrico que prometía solucionar la vida cotidiana. La ciencia ficción siempre transitó por dos mundos, uno utópico donde todos los seres humanos alcanzaban la plenitud y otro distópico donde las diferencias se agrandaban y la muerte se cobra la vida de los más débiles.

Recuerdo haber visto en algún televisor en blanco y negro la película la Guerra de los mundos  estrenada en 1953 y basada en la novela homónima del actor y director George Orson Welles. Allí una invasión extraterrestre era atacada por las más diversas armas, incluso una bomba atómica que no daba resultados. Sin embargo, sobre el final de la historia, los invasores morían en manos de las bacterias terrestres ya que no tenían la inmunidad de los humanos. Aquella película hoy regresa a mi memoria, con otros actores, sin naves extraterrestres. La guerra de los mundos es ahora, entre un mundo microscópico y mortal, y una especie humana que resiste contra lo desconocido.

La realidad supera la ficción

Ya aquel texto de George Orson Welles adelantaba el poder de lo invisible al ojo humano. El poder del mundo vivo y microscópico. Mientras las luchas se daban en laboratorios desde la aparición de las ciencias y las pandemias se seguían replicando a través de la historia de la humanidad, los cotidianos, entre los que me hallo, seguíamos tratando de sobrevivir como podíamos. Todos sabíamos de las curas, cuando llegaban a las farmacias o los centros de salud. A la par del avance de las ciencias médicas y farmacológicas, la comunicación fue adquiriendo tal poder, que pronto se convirtió en una literatura diaria que desde distintos soportes fue ganando nuestra atención. Entonces, todos fuimos protagonistas de una realidad que este año le gana por varios cuerpos a la ficción.

La pandemia, la cuarentena, el virus, la carrera por las vacunas que hasta hace dos años atrás eran partes de películas que contaban un futuro que parecía lejano por la vestimenta o por algún vehículo que desalentaba la fuerza de gravedad, se convertía en realidad. Y la muerte llegó desde oriente, como una manera más de sostener viejas disputas, caducas grietas que no salvan ninguna vida humana. 

Desesperados, desconcertados, vimos como lo literario se hizo realidad. Mientras se ensayan teorías academicistas del salto del virus animal al humano y otras se encargan de pensar en grandes conspiraciones y una guerra bacteriológica, no hay extraterrestres muriendo por una bacteria humana, hay cotidianos muriendo en su propio planeta.