Sociales
Perón cedió frente a las amenazas de nuevos bombardeos de los golpistas. La masacre del 16 de junio en la Plaza de Mayo estaba fresca. Fue el comienzo de su largo exilio.
16 de septiembre de 2025 19:20:00
l año 1955 fue el último del primer peronismo, que, por un mes y un día, no llegó a festejar en el poder el décimo aniversario del 17 de octubre. El 16 de septiembre, hace exactamente 70 años, fue la hora cero de la sublevación que terminó con Juan Domingo Perón embarcado en una cañonera paraguaya anclada en el puerto, para iniciar su largo exilio.
El general intentó aguantar, pero una carta enviada a sus pares leales fue interpretada como una renuncia. Las graves amenazas de los sublevados terminaron por convencerlo de que no había nada más que hacer. Después de los bombardeos a la Plaza de Mayo, apenas tres meses atrás, los creía capaces de cualquier cosa. Entonces, cedió.
Si 1954 había terminado envuelto en los fuertes conflictos derivados de las denuncias del Gobierno contra la Iglesia, en el comienzo de 1955 el ambiente parecía apaciguado. Hasta que el foco se concentró en una novedad que marcaba un giro drástico en la política económica: el proyecto de concesión petrolera a la California Argentina de Petróleo SA, subsidiaria de la Standard Oil estadounidense.
Con le economía complicada, Perón estaba decidido a atraer inversiones extranjeras y la decisión implicaba, básicamente, entregarle una gran extensión del territorio de Santa Cruz a una empresa que, además, iba a quedar habilitada para construir rutas, aeropuertos, embarcaderos y hasta tener una policía propia. Casi un "estado" implantado, con reglas propias.
El presidente hizo malabares para justificar el plan entre los propios, pero la oposición aprovechó para marcarle la contradicción y correrlo "por izquierda". Un abanderado fue el líder radical Arturo Frondizi, quien habló de una "ancha franja colonial" que se iba a desplegar en la Patagonia y denunció el "vasallaje" que implicaba la cesión.
Para abril recrudeció la batalla contra la Iglesia. Surgió una nueva forma de comunicación del activismo opositor. Los colegios católicos tenían mimeógrafos que usaban para sus hojas informativas, y empezaron a aprovecharlos para imprimir panfletos antiperonistas. Estos artefactos también poblaron los sótanos de muchas casas particulares. El choque estaba otra vez desatado, e incluía detenciones de sacerdotes y noticias como la eliminación de las materias Moral y Religión en las escuelas.
En la apertura de las sesiones legislativas Perón eludió hablar del conflicto con la Iglesia. Pero el jefe de la CGT, Eduardo Vuletich, hizo de vocero: "El clero predica la resignación de rodillas. Nosotros lo preferimos a usted, general, que preconiza la dignidad erguida, de cara al sol", dijo en un discurso. Muy pronto en el Congreso se decidió cambiar la forma de juramento, que ya no sería "por Dios y la Patria" sino "por la Constitución". También se trataron leyes de derogación de enseñanza religiosa y de suspensión de exenciones impositivas a las instituciones.
La masiva procesión callejera por Corpus Christi juntó a más de 300 mil personas en Buenos Aires y se transformó en un contundente acto opositor. Los participantes izaron la bandera papal en un mástil y la quema de una bandera argentina (al parecer por parte de unos policías, pero atribuida por el Gobierno a los manifestantes) puso a hervir el ambiente. Perón giró más la perilla con una frase: "No sé si este admirable pueblo argentino, que en esto también demuestra ser lo mejor que tenemos, un día no llegará a cansarse y determinará hacer justicia con su propia mano".
La disputa fue la antesala de uno de los días más horrendos que vivió la historia argentina. La masacre que cometieron aviadores de la Marina golpistas al arrojar toneladas de bombas sobre la Casa Rosada y la población civil, el 16 de junio. Aquella jornada hubo más 300 muertos. La respuesta al ataque de los aviones que llevaban el símbolo de "Cristo Vence" pintado en el fuselaje fue la quema y la destrucción de iglesias en el centro de Buenos Aires.
Perón y el plan de "pacificación" que duró poco
¿Qué opciones tenía Perón ante semejante cuadro? Radicalizar la "guerra" o enfriar el clima. Eligió lo segundo. Salieron del gabinete funcionarios como Raúl Apold, el célebre "jefe de relato", personaje urticante para los "contreras". También se fue Ángel Borlenghi, ministro del Interior desde 1946. Su reemplazante, el jefe del bloque oficialista, Oscar Albrieu, elaboró con Perón un documento con 21 puntos para "pacificar al país", que incluía la liberación de presos políticos y la posibilidad de que los radicales manejaran un diario.
Los bombardeos del 16 de junio habían tenido apoyo de la política, pero en un discurso del 5 de julio el presidente puso aparte a los "partidos políticos populares" y habló solo de algunos personajes puntuales. Unos días después insistió con la pacificación: dijo que había dejado de ser "el jefe de una revolución" para pasar a ser "el presidente de todos los argentinos".
Fue un espejismo. Ya al día siguiente de los bombardeos fue detenido Juan Ingalinella, un médico rosarino de militancia comunista. Recién un mes y diez días después se supo que había muerto "como consecuencia un síncope cardíaco durante el interrogatorio en el que era violentado por empleados de la Sección Orden Social y Leyes Especiales", según informaron las autoridades santafesinas. La revelación hirió de muerte a las intenciones pacificadoras.
El permiso para que Arturo Frondizi diera un discurso por Radio Belgrano fue un gesto de apertura, pero desde el lado opositor no frenaban con la acciones, como los graves ataques a policías que vigilaban las calles en barrios.
Finalmente, el Gobierno anunció que daba por terminada la tregua y el 15 de agosto la Policía denunció que existía un complot para matar a Perón. El último día de ese mes fue bisagra.
Perón publicó en los diarios oficialistas un discurso donde mencionaba su "retiro". No era lo mismo que una "renuncia", pero empujó el operativo clamor. La CGT organizó un acto y el presidente salió por última vez al balcón de la Rosada, al que volvería en 1973.
El discurso fue feroz: dijo que la oposición no había entendido su mensaje de conciliación y que cualquier persona que atentara contra el orden podía "ser muerta por cualquier argentino". Enseguida soltó una frase que resonó por décadas: "Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos".
Para ese entonces, la conspiración para terminar con el Gobierno ya estaba desatada.
El retorno del estado de sitio y las milicias obreras que Perón rechazó
Después del intento de golpe de junio, el Gobierno había ordenado retirar las espoletas de las bombas de la aviación naval, ante una posible amenaza a futuro. Los hechos probaron que la desconfianza tenía lógica. En agosto los mandos decidieron ir por el golpe final y el discurso del "5 x1" aceleró los tiempos.
Al día siguiente, el comandante de la Región Militar con sede en Río IV les habló a sus subordinados sobre los movimientos. Para entonces ya se habían producido contactos entre los marinos y Pedro Eugenio Aramburu, para que pusiera el Ejército a disposición. Aramburu primero se echó atrás, pero desde la Marina le dijeron que bastaba con que habilitara un solo regimiento.
El1 de septiembre el Gobierno reinstaló el estado de sitio levantado dos meses atrás. Unos días después, la CGT le propuso al ministro de Ejército Franklin Lucero la participación de "reservas voluntarias de obreros" para defender al Gobierno. Una forma de llamar a las milicias populares. La idea de los trabajadores armados no era agradable para los oídos castrenses y fue rechazada.
Mientras, la conspiración estaba en marcha. El general Eduardo Lonardi le avisó al futuro ministro de Ejército Arturo Ossorio Arana, que encabezaría "la revolución" en Córdoba. Y le dio la fecha del 16 de septiembre. El lunes 12, a las 11 de la noche, dentro de un auto estacionado en la esquina de Guido y Ayacucho, en Buenos Aires, hubo una reunión crucial en la que participaron, además de Lonardi, el coronel Eduardo Arias Duval, el mayor Juan Francisco Guevara y el capitán de fragata Jorge Palma.
Faltaban solo dos días para el comienzo de las acciones militares golpistas cuando el general Lucero volvió de una incursión Córdoba, con un diagnóstico de normalidad, que le transmitió al Presidente. Pero no estaban así las cosas.
Lucero se "cruzó" con Lonardi, que viajaba hacia Córdoba en un micro de línea, para coordinar la etapa final de la sublevación. A la una de la madrugada de la fecha programada, el 16 de septiembre, Lonardi, Ossorio Arana, otros oficiales y algunos civiles detuvieron al director de la Escuela de Artillería, el coronel Juan Bautista Turconi. Dos horas después disparon una bengala roja que señaló el comienzo del combate contra la Escuela de Infantería.
En las primeras horas de la mañana del Lonardi exhortó a sus seguidores a actuar "con la máxima brutalidad posible". Era el momento que estaban esperando hacía años.
Un mensaje por la radio: "Luchar hasta el fin"
En un primer momento el Gobierno había pensado que podía controlar la situación, pero menos de 48 horas después el panorama era "alarmante. En Córdoba se habían sublevado efectivos de la Base Aérea Militar y de la Escuadra de Tropas Autotransportadas. También se habían levantado cuarteles en Curuzú Cuatiá y las bases navales de Puerto Madryn, Puerto Belgrano y Río Santiago. Lonardi y el almirante Isaac Rojas eran las cabezas visibles. Por una radio clandestina, Lonardi leyó una proclama donde incitaba "a luchar hasta el fin".
En esas horas hubo un sinfín de acciones y movimientos militares, entre ellos un ataque a la destilería de Mar del Plata. Con muchos medios bajo control de Gobierno, la población no recibía mucha información pero las versiones corrían y se habían empezado a hacer largas las colas en los mercados para aprovisionarse. Se suspendió el fútbol: otra señal.
Perón cambió de parecer sobre sus posibilidadaes de sostenerse cuando los sublevados amenazaron con bombardear Buenos Aires y la destilería de YPF de Ensenada. Llegaron a tirar una bomba en las cercanías, que destruyo varias casas y mató a una persona.
Años más tarde Perón diría: "Me preocupaba la amenaza de bombardeos sobre la población civil y la destrucción de la destilería, una obra de extraordinario valor para la economía nacional".
El fin de una época era un hecho consumado. Buscando analizar cómo se precipitaron los hechos, el historiador Félix Luna resalta un "diferencia de entusiasmo" de los bandos a partir de la jornada de los bombardeos. Unos estaban desconcertados, los otros envalentonados. Además, "la gente común estaba cansada de sobresaltos, de la reiteración de giros incomprensibles, de despertarse a cada rato con un paro general, una convocatoria a Plaza de Mayo, un discurso vociferante seguido por hechos o ausencia de hechos que desmentía lo actuado. El régimen peronista, la comunidad organizada, había vaciado sus motivaciones".
Se toma a la fecha del 16 porque fua la del inicio, pero la destitución de Perón a través del golpe de Estado fue una secuencia de varios días. El 19 de septiembre el presidente dejó la situación en manos de sus generales leales y le entregó una nota a Franklin Lucero, quien la leyó por la radio. El texto tenía la suficiente ambigüedad como para que los generales la interpretaran como una renuncia, aunque Perón lo negó y dijo que era un instrumento para negociar con los rebeldes. De cualquier forma no había vuelta atrás y en la madrugada del 20 la "renuncia" fue aceptada.
Fue el general Ángel Manni quien se lo informó por teléfono y le hizo una sugerencia: "Ponga distancia cuanto antes".
Consumado el golpe, se contaron al menos 156 muertos producto de los enfrentamientos entre los choques entre las fuerzas rebeldes y leales y la represión a quienes intentaron resistir.
El 20 por la madrugada Perón ordenó sus cosas para abandonar la residencia presidencial y partió con sus custodios hacia la embajada de Paraguay. Era el fin del gobierno y el comienzo de un largo exilio.
Fuente: Perfil
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