Por diferentes motivos -un post en Instagram de un producto retro con su jingle, una película ambientada en las calles de Buenos Aires de la década del 80 o incluso una canción- a veces nos hace decir en voz alta:

"Ahh, qué lindo que era eso...", seguido del inevitable:

"Uy, qué lindo si lo tuviera o estuviera ahí."

En ese instante, nuestra mente viaja. Volvemos a un tiempo que tal vez no era mejor, pero que la memoria tiñe de mágico. Extrañamos ese objeto o esa escena... ¿pero es realmente eso lo que anhelamos? ¿O son las emociones que lo envuelven?

Y así nos pasa con tantas cosas que deseamos. Pero ¿por qué lo deseamos?

Muchas veces, por la simple razón de que no lo tenemos.

De chicos, queríamos desesperadamente ese juguete que vimos en la tele o que tenía algún compañero del colegio. Y cuando finalmente lo conseguíamos, ¿qué pasaba? El entusiasmo duraba poco. Un día. Dos. Una semana, con suerte. Después, quedaba tirado en un rincón.

De adultos no es tan distinto. Si antes la tele nos sugería lo que "necesitábamos", hoy los algoritmos lo hacen con una precisión asombrosa. Basta mirar una mochila o un perfume una sola vez para que internet empiece a bombardearnos con opciones similares por días. ¡A que te pasó eso!

La mente -igual que el marketing digital- juega con nuestros circuitos de recompensa. En especial, con uno: el de la dopamina, una sustancia química que nuestro cerebro libera no solo cuando obtenemos algo placentero, sino cuando creemos que estamos por obtenerlo.

Eso significa que, muchas veces, disfrutamos más el deseo que la posesión en sí.

Un estudio de la Universidad de Cornell, (Ithaca, NY) confirmó que las experiencias generan mayor satisfacción duradera que los objetos materiales. ¿Por qué? Porque las experiencias se entrelazan con emociones, historias, vínculos. En cambio, los objetos... pierden su magia una vez que los tenemos.

Entonces, ¿realmente queremos ese producto retro? ¿Ese viaje? ¿Ese estilo de vida?

¿O deseamos revivir lo que sentíamos cuando éramos más inocentes, más soñadores, más presentes?

Nos pasa con productos, con personas, con recuerdos. No siempre deseamos lo que amamos. A veces amamos lo que deseamos (vuelve a leerlo). Y eso, en sí mismo, es una trampa dulce del cerebro.

Por eso, la próxima vez que sientas ese impulso -ese "¡lo quiero ya!"-, hazte una simple pregunta:

¿Esto me falta... o estoy tratando de llenar algo más profundo?

Quizás no extrañas ese juguete, ni ese sabor, ni ese aroma.

Quizás lo que anhelas es la versión de nosotros que se ilusionaba con tan poco, que encontraba magia en cosas simples, y que, por un momento, creíamos que todo era posible.

Y si es así... eso, ¡sí que vale la pena volver a buscarlo!