Opinión
Por Lijuan Chen y Federico Del Giorgio Solfa
24 de septiembre de 2025 18:14:00
En medio de la
coyuntura argentina, marcada por la volatilidad económica y las dificultades
para atraer inversiones sostenidas, emerge un debate que trasciende la urgencia
cotidiana: cómo insertarse de manera estratégica en la transición hacia la
movilidad eléctrica. Argentina, ubicada en el centro del "triángulo del litio",
tiene ante sí la posibilidad de convertirse en un actor protagónico en una de
las transformaciones industriales más relevantes de las próximas décadas.
La electromovilidad ya
no es un fenómeno lejano sino una realidad palpable. En 2024 se vendieron más de 17.8 millones de vehículos eléctricos en el
mundo, y las proyecciones de la Agencia Internacional de Energía indican que
para 2030 esa cifra podría duplicarse.
Países como China, Estados Unidos y los de la Unión Europea ya han fijado
plazos concretos para dejar atrás los motores de combustión interna. En
Argentina, la Ley de Movilidad Sustentable establece que a partir de 2041 no
podrán comercializarse autos nuevos a nafta o gasoil. El reloj ya empezó a
correr y las decisiones que tomemos en los próximos años marcarán si el país se
limita a acompañar pasivamente la transición o si logra ocupar un lugar de
liderazgo regional.
El papel de China en
este proceso es central. Empresas como BYD, NIO o SAIC han consolidado un
liderazgo global gracias a su dominio tecnológico en baterías, su integración
en cadenas de suministro y sus economías de escala. Desde 2023, BYD ha superado a Tesla en ventas mundiales de
vehículos eléctricos. Para estas compañías, América del Sur representa un
destino natural de expansión, y Argentina aparece como un mercado con potencial
por su tradición automotriz, su tamaño relativo y, sobre todo, por su acceso
privilegiado al litio, insumo clave para las baterías.
Sin embargo, el mercado
argentino enfrenta obstáculos que no pueden ignorarse. La infraestructura de
carga es todavía incipiente; el poder adquisitivo de los consumidores se
encuentra limitado; y persiste un bajo nivel de familiaridad cultural con los
autos eléctricos. A esto se suma la inestabilidad macroeconómica, que
desalienta proyectos de inversión de largo plazo y genera incertidumbre en los
actores privados. Estos factores explican por qué, aunque las ventas de
vehículos eléctricos crecieron en la última década, todavía representan apenas
el uno por ciento del total del parque automotor.
El dilema es claro.
Argentina puede conformarse con ser un mero exportador de litio, lo que la
dejaría atrapada en un modelo de especialización primario donde otros países
capturan el valor agregado de la transición energética. O puede dar un paso más
ambicioso y asumir un rol activo en la construcción de una industria local
capaz de atraer inversiones, incorporar tecnología y generar empleo. Esta
segunda opción no es sencilla, pero resulta mucho más conveniente a largo
plazo, tanto en términos económicos como en términos de inserción internacional.
Las alternativas
estratégicas para avanzar existen y se aplican en otros países. Una de ellas
son las joint ventures entre fabricantes chinos y ensambladores
nacionales, lo que permitiría aprovechar la experiencia local en producción
automotriz y, al mismo tiempo, reducir costos de entrada. Otra vía son las
plantas de ensamblaje CKD (Completely Knocked Down) o SKD (Semi
Knocked Down), que importan componentes y los ensamblan localmente,
generando empleo y fortaleciendo cadenas de proveedores. También es clave
promover la inversión en infraestructura de carga mediante alianzas
público-privadas, con prioridad en corredores interurbanos y áreas
metropolitanas. Finalmente, se necesitan campañas de educación y marketing para
acercar al consumidor a los vehículos eléctricos, subrayando beneficios como la
reducción de costos operativos y la mayor eficiencia energética.
Lo interesante es que
estas estrategias no solo responden a las necesidades de las empresas
extranjeras, sino también a los intereses nacionales. Argentina puede
posicionarse como plataforma regional dentro del Mercosur, aprovechando las
condiciones de libre comercio para irradiar hacia Brasil, Uruguay y Paraguay.
La cooperación con China podría incluir transferencia tecnológica, capacitación
de recursos humanos y generación de empleo calificado. El resultado sería un
círculo virtuoso en el que la inversión extranjera se combine con el desarrollo
industrial y la integración regional.
Desde luego, este
camino requiere políticas públicas claras, estables y predecibles. La sanción
de la Ley de Movilidad Sustentable fue un paso importante, pero queda mucho por
hacer en materia de incentivos fiscales, regulación técnica e infraestructura.
La articulación con universidades y centros de investigación también puede
desempeñar un rol fundamental en la innovación aplicada y en la formación de
profesionales para una industria que está en plena expansión.
En tiempos donde las
urgencias económicas suelen eclipsar la planificación de largo plazo, conviene
recordar que la electromovilidad no es un lujo ni una moda, sino una decisión
estratégica. Aun en medio de la incertidumbre, Argentina tiene una ventana de
oportunidad que conviene aprovechar. El desafío es transformar su condición de
país con recursos estratégicos en un actor capaz de generar industria,
innovación y empleo de calidad.
La pregunta de fondo no
es si el auto eléctrico llegará a nuestro mercado -eso es inevitable-, sino si
el país podrá dar un salto cualitativo y convertirse en protagonista de la
transición. Diseñar un proyecto viable y conveniente para ambos países, capaz
de articular cooperación, inversión e innovación, es un reto que está a nuestro
alcance. De lo contrario, el riesgo es que volvamos a repetir la historia:
exportar recursos, importar tecnología y quedar rezagados en los procesos de
transformación global.
Lijuan Chen es Licenciada en Matemáticas
Aplicadas de la Universidad de Hainan (China) y Maestranda en Gestión
Empresaria de Negocios Internacionales de la Facultad de Ciencias Económicas de
la Universidad de Buenos Aires.
Federico Del Giorgio Solfa es
Profesor en la Escuela de Negocios y Administración Pública de la
Universidad de Buenos Aires e Investigador de la Comisión de Investigaciones
Científicas.
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