Opinión

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El sentido de la muerte

23 de enero de 2022 20:01:00

Por Jorge Fontevecchia

En Grecia, para Platón la filosofía era una meditación sobre la muerte. En Roma, para Cicerón toda filosofía era una commentatio mortis. Que la filosofía sea primariamente una reflexión sobre la muerte se refleja en el sinónimo de ser humano bajo la expresión ser mortal. Pero la cesación no es solo humana. En el sentido de la finitud de las cosas, además de nosotros mismos, se concentra toda forma de pensamiento.

En su último libro, No-cosas, Byung-Chul Han expone cómo la mayor obra filosófica acerca de la cesación y su contracara, la infinitud: Ser y tiempo, de Martin Heidegger, con su ser-para-la-muerte como condición del Dasein: ser-en-el-mundo, se ve trastocada en el mundo digital, donde ya no hay más cielo y tierra sino infoesfera y nube. El ser es información, por lo que no cesa de ser mientras se genere información. "No se es más un Dasein sino un Inforg".


Leía a Byung-Chul Han mientras coincidían los homenajes a siete años de la muerte de Alberto Nisman y los 25 años de la de José Luis Cabezas, sin poder dejar de reflexionar sobre cuánto están vivos Nisman y Cabezas hoy en Argentina y el mensaje, tan distinto, que el sentido de sus muertes nos sigue transmitiendo.

Cabezas unió, Nisman dividió. No tiene que ver con ellos sino con nosotros. Aquella sociedad de 1997, cuando José Luis Cabezas fue asesinado en Pinamar por tomarle una fotografía a Alfredo Yabrán, un poderoso y oscuro empresario de entonces que creía en el poder como impunidad, era una sociedad que menos herida por la pobreza y la grieta que la de 2015 con el asesinato o suicidio de Nisman. Aquella de los 90 tenía todavía la posibilidad de creer en la cura, la transformación y la concordia.

Antes de Cabezas hubo socialmente un shock traumático con la hiperinflación de Alfonsín, en 1989, pero el crecimiento económico de la década los 90, aunque no fuera para todos, había operado de bálsamo de aquellas heridas, mientras que el segundo megatraumatismo, con la crisis de 2001/2002, dejó otra profundidad de huella. Más indeleble, como si se pudiera trasladar al campo social lo individual de la idea de Freud sobre que el trauma recién se constituye como permanente con una segunda situación dolorosa sobre el mismo punto.

La muerte de Nisman encuentra a la sociedad con menor capacidad de digestión, con su narcisismo herido al ver que la imagen de sí con la que cada uno construyó sus expectativas no se corroboraba con el espejo que la realidad le devolvía en forma de fracaso personal y expectativas insatisfechas. Lacan explicaba en su caso "Aimée" que una de las formaciones de la paranoia se producía por un narcisismo insatisfecho: el sujeto, al ver que no le iba como esperaba y le parecía justo en función de los atributos con que se autopercibía, pasaba a pensar que había un responsable de la injusticia, un autor del robo a su realización.

Detrás del asesinato a José Luis Cabezas se unió toda la sociedad sin espacio para una narrativa que disputara su sentido. Lo mismo que con la dictadura y los juicios a los ex comandantes: toda la sociedad asumió como propia la misma explicación, con excepción de grupos muy minúsculos.

El "No se olviden de Cabezas", muletilla que introyectó en toda la sociedad Santo Biasatti al despedirse cada noche de su noticiero, o el "Cabezas, ¡presente!" de la asociación de fotógrafos, resuena como un eco a un cuarto de siglo de su formulación como prenda de paz, de triunfo, de una sociedad sobre el mal.

El asesinato o suicidio de Alberto Nisman, ya nomás esta formulación explica nuestro fracaso social, no hace más que seguir dividiéndonos. Cabezas sigue salvando vidas porque, como escribí para un texto conmemorativo de Fopea: "En el resto de América Latina el asesinato de periodistas es una práctica aún no desterrada. La reacción de la sociedad argentina ante la muerte de José Luis Cabezas enseñó a los bárbaros que asesinar a un periodista terminaba teniendo consecuencias peores para ellos mismos. La impunidad, que en otros crímenes aún se mantiene, se convirtió en imposible en el asesinato de un periodista por la enorme visibilidad que el hecho tendría. José Luis Cabezas, con su vida, salvo la de muchos periodistas durante el último cuarto de siglo. Y lo seguirá haciendo".

Por el contrario, el sentido de la muerte Nisman no cesa de producir heridas, trágico destino post mórtem de un fiscal cuyo papel era producir justicia como una forma de sanación de daños reparados. Más allá de la opinión que cada uno tenga sobre el hecho que produjo su muerte, sea asesinato o aun suicido, a todos debería entristecernos su final y darle un sentido a su muerte trascendente. Tanto fuera por un asesinato como si se hubiera suicidado porque no pudo soportar la presión, en cualquier caso, la muerte de Nisman nos habla de una sociedad partida. En todas las hipótesis de muerte del fiscal Nisman, murió por la grieta que nos dividía. El mejor homenaje que se le podría hacer es curar las causas que produjeron su muerte: el odio y la incapacidad de convivir pacíficamente con la otredad.

Si pudiéramos procesar el mensaje de su muerte de una forma constructiva, o sea compartida, se lograría tanto o más que si la Justicia pudiera encarcelar a los culpables que hubiera.

Un mayor recuerdo del asesinato de Cabezas por cumplirse 25 años, como siempre en el mismo mes que el de Nisman, quizás ayude a promover una reflexión más filosófica y menos pericial de la muerte del fiscal.


Sea que haya sido asesinato o suicido, Nisman nos representa como significante de un padecimiento común que nos une a todos: el dolor de cada uno por vivir en un país partido.

Si así fuera, a pesar de ser tan distintos, Cabezas y Nisman, en el cielo de la nube de la infoesfera de Byung-Chul Han, podrían hermanarse y darle un sentido aleccionador de su muerte. Que su triste final sirviera para algo importante. Para que también su muerte irradiara más vida en todos los vivos generando la reconciliación social, cuya falta los mató.

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