Interrupciones

Corría el año 1957 y hasta allí, el juego de la pelota había pasado solamente por hacerla picar en el patio de mi casa, por lograr jueguitos con la saltarina de goma y por jugar en el recreo grande en el Colegio Nº 1, con una improvisada pelota de papel; en ese lapso de quince minutos gambeteábamos hasta lograr la transpiración en la frente. De regreso al aula, venía la lógica reprimenda de la Srta. Maria Herminia Laserre, nuestra maestra de segundo grado. Soñábamos con ser futbolistas, teníamos la referencia de los jugadores profesionales de Boca Juniors, River Plate, Independiente etc. a través de las figuritas Starosta y de los escasos dos minutos de algún partido que filmaba el noticiero que se pasaba en el cine al comienzo de la segunda película; escaso tiempo que devorábamos con total atención y admiración.

-¡Viste... ése es Mussimesi, el arquero de Boca!- decía mi compañero de butaca; si estabas un segundo desatento haciendo la flecha con el programa en papel que retirábamos de la boletería, Mussimesi pasaba como una ráfaga y probablemente nunca más aparecía en tu vida. La otra alternativa era comprar la revista "El Gráfico" o "Goles", pero a esa edad, era difícil tener el dinero para adquirirla.

Era el juego soñado: pertenecer a un equipo y lograr vestirse de jugador con camiseta, pantaloncito y medias de fútbol; allí en esa instancia nos recibíamos de futbolista.

Nosotros, los pibes del turno mañana fuimos madurando la idea y sucedió, por fin, que un contacto con la misma división del turno tarde, nos llevó al encuentro ansiado; hubo dos entrevistas previas y pronto quedó todo convenido; jugaríamos el primer partido en la vereda de mi casa, es decir la calle Sargento Cabral, con los arcos conformados por un árbol a convenir y la pared marcada con una tiza. Pactamos el partido para el sábado a la tarde y a seis goles; segundo tarde ponía la pelota y habían conseguido camisetas de Independiente para la ocasión. Todos de acuerdo; enseguida, alguien de nosotros consiguió las camisetas y más que casualidad, era un equipo de Racing; de manera tal que el sábado a la tarde se jugaría en la calle Sargento Cabral de nuestro pueblo, una versión del clásico de Avellaneda

-¡Yo me pongo la número dos!- dije enseguida, recordando a Pedro Dellacha, por las figuritas Starosta y la voz del relator radial Fioravanti. Carlitos que era el más habilidoso y gambeteador, propuso vestirse con la siete, recordando al eficiente e imparable Oreste Omar Corbatta. Pronto nos pusimos de acuerdo y todos quedaron conformes con sus camisetas. El jueves y viernes pasó volando y todos ansiosos esperábamos el sábado, el gran día, donde a las dos de la tarde llegarían los rivales de "Independiente".

Y fue así, ni más ni menos; a la una ya estábamos vestidos de futbolistas con la flamante camiseta de Racing, sentados en el cordón de la vereda, a la espera del equipo de segundo tarde. Juan Mario, el más ansioso caminó hacia la esquina y dió la información:

-¡Ahí vienen!- -¡Ahí vienen!-

Efectivamente allí aparecieron con sus camisetas rojas, haciendo picar una pelota de cuero de gajos color marrón; el sonido era diferente, no tan "metálica" como la pulpo.

El balón era número tres, bastante gastado y para mi gusto le faltaba algo de aire

-¡Mejor así, no se va a ir tanto a la calle!- pensé

Marcamos los arcos y pronto estuvo todo listo para comenzar el partido; sacaron ellos desde el arco y enseguida noté que manejaban la pelota mejor que nosotros, a punto que a poco de empezar perdíamos tres a cero. Emparejamos algo el trámite y en el momento que estuvimos a punto de descontar, una fuerte voz desde el aire llamó la atención a todos nosotros; se trataba de un avión que anunciaba la llegada a Juárez del Circo Hnos Rivero, con trapecistas, payasos, equilibristas, leones y la posibilidad de boxear con un canguro. Por supuesto se paró el partido y Juan Mario con la pelota debajo del pié dijo:

-¡Tal vez regalen entradas en el Colegio!-

Otro del segundo tarde afirmó:

-¡Seguro que si vas a colaborar con el armado de la carpa, te regalan una entrada!-

Si es así, mi madre jamás me daría permiso para semejante cosa; en todo caso iría con mis padres si es que ellos están dispuestos. Lo cierto es que después de observar por algo más de cinco minutos el avión, continuamos el juego. Juan Mario que tenía la pelota hizo una gambeta y convirtió poniendo las cosas tres a uno. El partido cobró intensidad y como a los diez minutos, Carlitos gambeteando rivales, sintiéndose Corbatta, puso el tanteador tres a dos.

Ellos estaban sorprendidos y algo contrariados; como siempre, en estos casos la culpa se la llevó el pobre arquero, pero en rigor de verdad, nada pudo hacer ante la habilidad de Carlitos. Siguió el partido con toda intensidad pero la llegada de Beain, el kerosenero, volvió a interrumpir el partido.

Don Beain tenía la costumbre de instalarse con su carro que tenía un tanque de kerosene, en la intersección de Avda. Libertad y Sto. Cabral. Esa parada la hacía todos los sábados, cuestión que no la tuvimos en cuenta a la hora de organizar el encuentro. El carro quedó justo en el mismo árbol que determinaba uno de los arcos; fue así que acordamos correr la improvisada canchita, unos metros más adelante, hacia el interior de la cuadra. Todas esas deliberaciones, más otras discusiones interrumpieron la contienda por más de diez minutos.

Pronto estuvimos listos y reanudamos el juego; increíblemente todavía ningún vecino se había molestado por los gritos y los pelotazos, hasta que en un momento Don Braico, el frutero de la media cuadra, se paró en el cordón de la vereda de enfrente y nos comenzó a observar. Allí pensé que se acababa el partido, ahora viene el reto y cada uno a su casa; no fue así, Braico entusiasmado con el trámite del juego, nos alentaba a punto tal de gritar el gol con que logramos el empate en tres. Estuvo mirando el partido hasta que la llegada de un cliente lo convirtió otra vez, en el comerciante que era.

De pronto, cuando más intenso era el encuentro, apareció el carro lechero del Sr. Trujillo, que primeramente se estacionó en mi casa y luego a medida que el patrón, abandonaba una vivienda para trasladarse a otra, el obediente caballo se adelantaba junto a su dueño. Así, el carro recorrió todo el largo de nuestra improvisada canchita, tardando algo más de quince minutos, tiempo que por cierto estuvo suspendida la contienda.

Otra vez retomamos el juego con más entusiasmo que nunca, seguramente como resultado de las interrupciones.

Diez minutos de intenso peloteo en el medio y el marcador no se movía; a todo esto, el vecino Don Luis Carelli, como todas las tardes había salido de su casa rumbo al Club Fénix y en un momento se encontraba transitando "nuestro campo de juego" sin percatarnos de ello debido a nuestro entusiasmo. En un instante, la pelota fue a parar a sus pies y allí nos paralizamos; Don Luis era un vecino que por su seriedad imponía respeto mayúsculo aunque muchos no sabíamos que su figura imponente encerraba un carácter alegre y de gran comprensión.

Tomó la pelota con la mano y dirigiéndose a nosotros nos dijo:

-¿Para qué lado pateo?-

Allí aflojamos nuestras tensiones y con una sonrisa aprobamos la ocurrencia de Don Luis; no obstante paralizamos el juego hasta que este buen vecino abandonara "nuestra cancha" y tomara rumbo por Avda. Libertad. Otra vez a jugar y luego de veinte minutos sin interrupciones, el partido se puso cinco a cinco; con lo que significaba eso, un error convertido en gol y se terminaba todo.

La disputa ahora era tremenda; por ahí uno del segundo tarde deslizó la idea de llevarlo a siete goles, pero Carlitos, sin consultar optó por la negativa.

-¡Dijimos a seis y en seis se termina!- dijo totalmente compenetrado con el juego y bañado en transpiración. Siguió entonces el encuentro, ahora jugado con mucho cuidado de cometer error alguno hasta que por la esquina apareció montado en su bicicleta negra, el temible para nosotros, agente de policía de apellido Ayosa. Del grupo y sin identificar quién, salió en forma clara -¡Sonamos!-. El agente bajó de su bici, se acomodó el cinturón y nos dijo:

-¡Qué están haciendo aquí!- y agregó

-¡Parece que están organizados!-

-¡Con camisetas y todo!-

-¡Si serán atrevidos!-

El terror se instaló en nuestros rostros al tiempo que todos enmudecieron. Ayosa se percató de ello y tal vez se apiadó de nosotros y preguntó:

-¿Y como va el partido?- enseguida Juan Mario respondió:

-¡Cinco a cinco señor!-

-¡Muy bien... entonces como autoridad declaró el partido empate y terminado y por supuesto se van cada uno a su casa!- y agregó:

-¡Hagan desaparecer esa pelota antes de que me arrepienta!- continuó diciendo:

-¡No saben acaso que no se puede jugar a la pelota en la calle o en la vereda!- y terminó con: -¡Que sea la última vez! Y allí nos fuimos frustrados por las interrupciones y conformes con el resultado.

Consistió en el primer partido de fútbol con camisetas, plagado de inconvenientes.