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¿Alguna vez has juzgado a alguien por su apariencia? Yo sí, me equivoqué y me arrepentí. Aquella madrugada en el solitario y frío vagón del tren, con mis auriculares puestos y la cabeza aturdida por el cansancio y el dolor, cometí un error que me dejó una lección inolvidable. Mi corazón se llenó de remordimiento al darme cuenta de lo superficial que había sido. Todos hemos juzgado a alguien por su apariencia, pero ese día entendí la importancia de mirar más allá y valorar a las personas por lo que son.
27 de noviembre de 2024 00:31:00
Me dolía más el cuerpo cansado que el corazón. Trabajar en el almacén de Amazon había sido una forma de escapar del dolor de perder a mi mamá, pero ahora me sentía atrapada en una rutina interminable. El tren me llevaba a casa, pero no a mi hogar.
El vagón estaba vacío. De pronto, la puerta que comunicaba con el otro vagón se abrió y se acercó un hombre, sucio y desaliñado. Perdida en mi música, no logré escuchar su pregunta. Automáticamente, balbuceé un "no, lo siento". Sus ojos, inyectados de furia, perforaron mi ser. ¡Estaba furioso! Sin testigos cerca, el miedo me paralizaba. ¿Me atacaría? Con razón, me reprochaba mi falta de atención. Me gritaba una y otra vez, preguntándome por qué le había dado una respuesta negativa sin haber siquiera escuchado lo que tenía para decirme. ¡Había sido grosera sin darme cuenta! Me clavó una mirada de odio que me heló la sangre. Sin decir palabra, dio media vuelta y se dirigió al siguiente vagón. El corazón me latía con fuerza en el pecho. ¿Me seguiría? ¿Me esperaría en la estación? La idea de volver a enfrentarme a él me aterrorizaba. Su rechazo me dolía más de lo que había imaginado. Me sentía pequeña e insignificante. ¿Cómo pude ser tan insensible? El peso de mi culpa era insoportable.
El resto del viaje me pareció interminable. No podía dejar de pensar en lo que había pasado. Cuando el tren llegó por fin a destino, me bajé y, unos metros después, él estaba delante de mí. Pensé en pasar rápido para que no me viera, pero entonces seguiría comportándome de la misma manera grosera que lo había hecho anteriormente. En cambio, decidí afrontar la situación, así que, al pasar a su lado, lo llamé y le volví a pedir disculpas por mi comportamiento. Él me miró al principio con la misma mirada de encendida, pero luego, al ver que fui sensible y sincera en mis disculpas, sonrió y, dándose una palmada en el pecho y señalándome (en señal de respeto), se alejó perdiéndose entre el resto de los pasajeros.
¡Nunca olvidaré la lección que aprendí ese día! Tal vez no reconozca su rostro si lo vuelvo a ver, pero su mirada de odio nunca se borrará de mi memoria.
Quizás lo más sorprendente de todo fue descubrir que, en realidad, era yo quien necesitaba ayuda. Ese encuentro me permitió entender la importancia de la autocompasión y de buscar ayuda cuando la necesitamos.
Ese encuentro en el tren fue un espejo que reflejó mi humanidad, llena de prejuicios y juicios. En ese momento, entre el cansancio y el dolor, entendí que todos llevamos una carga, y que la verdadera conexión está en reconocer y validar el sufrimiento de los demás. ¿Cuántas veces hemos juzgado (o nos han juzgado) a alguien sin conocer su historia? ¿Cuántas veces hemos sido indiferentes ante el dolor ajeno? Esa experiencia dejó una profunda huella en mí, llevándome a cultivar la empatía y la compasión y es por eso que quise compartirla con Uds.
Invito a cada uno de ustedes a reflexionar sobre sus propias experiencias y preguntarse: ¿Quién soy yo para juzgar si no conozco el peso que cada persona lleva en su corazón?
La próxima vez que conozcas a alguien, tómate un momento para escuchar de verdad. Escucha más allá de las palabras, escucha con el corazón.
¡Hasta la próxima!
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