Hoy quiero compartir cómo pasé de ser quien pidió ayuda a convertirme en voluntaria de una asociación que asiste a personas en situación de calle y necesidad. Porque a veces la vida da vueltas inesperadas... y en una de esas vueltas, me encontré sirviendo en el mismo lugar donde alguna vez fui recibida con los brazos abiertos.

Desde que llegué al Reino Unido, veía ofertas para ser voluntaria en alguna de los miles de charities (*) que existen aquí. Pero al principio, mis largas jornadas laborales no me dejaban tiempo ni energía para hacerlo.

Lo que me encanta de estas organizaciones es que muchas tienen un local a la calle donde venden objetos donados: ropa, muebles, adornos, joyas... todo en excelente estado. El año pasado, como debía acompañar a estudiantes a sus actividades de voluntariado, descubrí cómo funciona el detrás de escena.

La tarea principal es clasificar lo donado: separar lo que está en condiciones, organizarlo por categoría, limpiarlo, etiquetarlo, planchar la ropa y disponerlo prolijamente. Los precios son accesibles y mucha gente colabora comprando, sabiendo que los fondos ayudan a distintas causas: salud, animales, personas sin hogar, etc.

En 2023, luego de sufrir una taquicardia que me dejó hospitalizada por dos semanas, no sólo no pude trabajar durante meses, sino que quedé con un gran temor a salir, sobre todo en lugares concurridos. Vivía sola y sin ingresos, y cuando mis ahorros se agotaron, no tuve más opción que pedir ayuda. Acudí, con muchísima vergüenza, a una de estas organizaciones que brindan alimentos a personas necesitadas.

Pero ¿saben qué? Me recibieron con tanta calidez y empatía, que recibí esa ayuda con gratitud. A veces uno piensa que caer es lo peor que puede pasar... hasta que descubre la mano que te sostiene mientras estás en el piso.

Por suerte, tiempo después pude volver a trabajar (ya no en depósitos, por mi corazón) y me incorporé al área educativa.

Hace unos tres meses, vi en Facebook que aquella asociación que me había ayudado buscaba voluntarios con urgencia. No lo dudé: escribí de inmediato y ofrecí mi tiempo como forma de agradecimiento.

Mi tarea actual es preparar las mesas con los alimentos que se repartirán (enlatados, panificados, frutas, verduras... ¡hasta flores!) y recibir a quienes se acercan. Luego, pueden disfrutar de una comida caliente (en invierno) o fresca (en verano), con varias opciones a elegir, más un postre.

Es emocionante ver la diversidad de personas que pasan: familias, mayores, migrantes, personas solas, lectores con un libro bajo el brazo, quienes apenas hablan el idioma, pero expresan gratitud con sus gestos. Todos con una historia distinta, pero con algo en común: el deseo de ser tratados con respeto.

Nuestra asociación recibe entre 50 y 75 personas por día, de martes a sábado. Además, funciona un mercado comunitario dos veces por semana, donde se puede comprar a bajo precio o hacer pedidos online, algo útil especialmente para personas mayores o con movilidad reducida.

Los productos provienen de supermercados (cerca de su fecha de vencimiento, pero aún en perfecto estado) y de donaciones particulares. Todo está legalmente declarado. Los voluntarios están registrados, y el funcionamiento se sostiene, en parte, gracias a fondos públicos y de la Lotería Nacional.

Tal vez se pregunten por qué les cuento esto. No es sólo para mostrar la otra cara del llamado "Primer Mundo", sino para compartir lo que viví desde los dos lados: el de quien pidió ayuda, y el de quien hoy puede ofrecerla. Porque a veces el círculo se cierra, y en ese gesto hay una profunda dignidad.

Lo que un día recibí con vergüenza, hoy lo devuelvo con amor. Porque nadie está exento de caer... ni de volver a levantarse.

(*) Organización constituida con fines exclusivamente benéficos y sujeta al control del Tribunal Superior. Estos fines benéficos también deben ser de beneficio público.